En el universo laboral tradicional, el jefe era el que buscaba al trabajador. Era el que lo sometía a todo tipo de filtros y pruebas para al final seleccionarlo de un gran mar de candidatos. Se lanzaba una gigantesca red en la que caían cientos de peces y luego se procedía a descartar los que “no servían”.
La labor de selección siempre era ardua y seguramente injusta ya que cada descarte era un momento de decisión que afectaba fuertemente a una persona. En una competencia tan reñida, cualquier elemento, cualquier detalle, cualquier gesto, cualquier cosa ponía a un candidato afuera de la competencia. Un elegido y 99 rechazados.
Los reclutadores profesionales se llenaban de procedimientos, pruebas, tests y entrevistas que intentaban hacer que las decisiones fueran lo más objetivas posibles, pero al final toda determinación humana tenía un carácter emocional y subjetivo.
Siempre había un “no se qué” o un “tal vez sí, pero…” que nos llevaba a apuntar con el dedo índice sobre la hoja de vida de uno de los candidatos y a cerrar la competencia. Y la decisión final era (como todas las decisiones gerenciales) similar al lanzamiento de una moneda al aire. Dos finalistas y… ¡aquí está quien se quedó con el trabajo!
Sin embargo, el escenario está cambiando. En las redes profesionales modernas, ya no está “mal visto” que una persona despliegue su trayectoria y su experiencia aunque esté “felizmente” vinculado con una empresa. Los perfiles, las publicaciones, los gustos, las afiliaciones, los estudios, los cargos actuales y anteriores, se presentan abiertamente en la red y parecería que ahora son los jefes los que deben “postularse” y contactar a los talentos.
Los “cazatalentos” astutos están constantemente al acecho y pueden realizar búsquedas muy especializadas que encuentran al candidato ideal aunque esta persona ni siquiera esté buscando cambiar de trabajo. Por ahora…
¿Por qué razón voy a exponer todo lo que soy y todo lo que he hecho en un portal semi-público si no es para venderme profesionalmente? ¡Aquí estoy! ¡Esto soy yo! ¡Miren lo que he hecho y calculen todo lo que puedo hacer en su empresa! Allí no más está el botoncito rojo “Enviar mensaje”. ¿Qué esperan?
Las nuevas generaciones de profesionales están más cómodas con esta divulgación de su vida laboral y no encuentran ningún problema en exponerse a través de este “selfie” permanente. “María tiene un nuevo trabajo…”; “Pedro está cumpliendo un aniversario laboral…”
Así como en las redes sociales no dudan en publicar las fotos de cada fiesta o paseo, en las redes profesionales, no dejan ningún logro sin reportar.
Los que ya hemos superado el medio siglo no hemos aprendido todavía a manejar esta nueva apertura. No es claro lo que debemos pensar como jefes al ver que nuestros trabajadores se presentan en una vitrina abierta y que están listos a ser capturados por los “depredadores” que andan por allí.
Y cuando salimos a competir en la arena laboral, no estamos listos para presentarnos tan explícitamente. Nos da temor de que se den cuenta de lo veteranos que somos y nos rechacen por obsoletos. Nuestra torpeza en las redes se nota por la timidez de nuestros perfiles (además de las canas o de la calvicie en nuestras fotos).
Así que, como empleadores tenemos que aprender a navegar en estas nuevas aguas en donde es muy fuerte la oferta del talento dentro de una competencia laboral en la que dominan aquellos que sean muy buenos vendedores de su propia marca personal.
Y como trabajadores, debemos incluirnos dentro de este mercado aunque nuestra tradición y humildad (especialmente los que superamos cierta edad) nos hacen sentirnos incómodos de mostrarnos, de vendernos, de exhibir nuestros triunfos como mercancía. Pero tendremos que hacerlo, inevitablemente.
Guillermo Ramírez